martes, 13 de octubre de 2009

Sinsentido


El sentido común es el menos común de los sentidos. Tendría 18 años cuando escuché esta frase por primera vez al profesor de Pedagogía en la Escuela de Magisterio de Huesca y no sé si la entendí pero me quedé con ella. Muchos años después, puedo afirmar que D. Jesús Díaz tenía mucha razón. Frecuentemente rememoro este paradójico axioma, la última hace muy poco cuando, en medio de la marabunta de gente que invade las calles de esta Zaragoza festiva, me voy encontrando a cada paso con grupos de jóvenes adolescentes (y no tan adolescentes) sentados en cualquier rincón de cualquier jardín o descampado junto a las inconfundibles bolsas de plástico que han porteado por toda la ciudad en las que cargan botellas de refrescos y bebidas alcohólicas para combinados varios. Si la noche está relativamente avanzada, es también muy fácil encontrarse ya con abundantes individuos (yo diría que más chicas que chicos) a los que tanta euforia de golpe les deja bastante deteriorados y precisan de un amigo o una compañera que, con cara de infinita comprensión y lástima, unas veces, y con mucho cachondeo y juerga otras, les ayuda a caminar, les acompaña en el trance o, directamente, los carga encima. Y es en esos momentos cuando, a riesgo de ser considerada retrógrada, y venciendo mi propio prejuicio al respecto, viene a mi pensamiento eso de que el sentido común es el menos común ... y es que, en virtud de una paternalista actitud de tolerancia y permisividad no se ha sabido o no se ha querido poner coto a tiempo y ahora estamos viendo la dificultad de hacerlo. La convicción de tener derecho (cuando no necesidad) de emborracharse se ha extendido peligrosamente entre los menores y la complacencia generalizada nos ha convertido en cómplices de esta degeneración moral y personal que ahora no podemos frenar. Cuando se intenta, nos encontramos con una turba violentamente movilizada en defensa de su “sagrada libertad”, son ya demasiados los sucesos de este tipo que han saltado a los medios de comunicación.

Hay una segunda cara del asunto que me parece igualmente grave y a la que raramente se hace referencia. Me refiero al destino de esas bolsas y botellas, a cómo queda esparcida toda esa basura por la ciudad, tarea que el cierzo se encarga de completar. Cómo esos jóvenes, que pertenecen a la generación con mayor acceso a la educación de este país, que conocen la problemática medioambiental con la que van a tener que convivir, y que seguro que se consideran ecologistas, dejan indolentemente los restos de su diversión sin preocuparse lo más mínimo. Toneladas y toneladas de basura. Chavales y chavales que hace dos días eran niños y que en la escuela participaban y colaboraban intensamente en las campañas de selección y reciclaje de residuos, que están plenamente informados y que seguro que en otros momentos mantienen actitudes más responsables, más de “sentido común”. Ese mismo que aparcan en cuanto se juntan con cuatro colegas. ·"Los adolescentes ya se sabe”, justifican algunos. Pero no, no se sabe, su derecho y su necesidad de rebelarse, de afirmarse y buscar una identidad propia no debe ir asociado a la falta de educación, al absoluto abandono de sus buenos hábitos y al respeto por la cosa común. Eso también es educación para la ciudadanía. Y tendremos que ir diciéndolo en voz alta sin temor a ser considerados lo que no somos.


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