martes, 1 de febrero de 2011

Poema para mi madre










Hay una determinada edad en la que empiezas a fijarte en las esquelas de los periódicos. De vez en cuando encuentras un apellido familiar, una persona mayor amiga o conocida, el padre de un compañero de trabajo, ... Unos años más tarde te tropiezas con los nombres de padres y madres de tus propios amigos. No pasarán muchos años sin que, desgraciadamente, las esquelas se refieran a personas de tu propia generación que se van yendo demasiado pronto. Incluso llega el momento en el que te toca el doloroso trámite de redactar alguna de un ser muy querido. Lo cierto es que ya no sabes desde cuándo pero todos los días te encuentras a ti misma revisando las necrológicas. Y es un ejercicio interesante porque, aunque la mayoría responden a una misma fórmula, más a menudo de lo que pueda parecer, las manifestaciones de duelo se saltan los convencionalismos en un desesperado y precipitado intento de traducir en palabras las emociones que afloran ante la pérdida. Y a veces el resultado consigue conmoverte. Hace un tiempo encontré un hermoso poema que unos padres dedicaban al hijo desaparecido, pero cuando lo leí pensé que bien podía haber estado dedicado a mi propia madre. Ahora, cuando se cumplen nueve años de su fallecimiento, quiero traerlo aquí en su memoria:




El mar no nos alcanza
con sus besos salobres.
Aquí sobre la encina
quiero tallar tu nombre.
Para sus letras duras
no encuentro mejor molde.

Que el viento te dé fuerza
y la mañana canciones,
y que tu acento encuentre
su anchura en este monte.
El pulso no me tiemble
ni mi acero se doble.

Después que aquí te deje
y en el tronco te ahonde
te llevaré conmigo
en mi sangre más noble
y escucharé tu grito
otra vez entre voces.

Que la paz de esta encina
tu memoria sazone.




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