Me
jubilé el pasado verano con cierto pesar, me embargaba la sensación
de que dejaba muchas cosas por hacer, que no había cumplido con
todas mis expectativas profesionales. Sin embargo fue una jubilación
voluntaria porque también era consciente de que debía dejar paso a
los que vienen detrás y porque sentía que ya no tenía fuerza para
enfrentarme a los nubarrones que se ciernen sobre la escuela
pública.
Desde que me incorporé al cuerpo de maestros en el año 78
he tenido la posibilidad de vivir unos años de mejora y prestigio en
la educación española que empezó con un reconocimiento al
profesorado aparejado a una sensible mejora salarial impulsada en
aquellos lejanos Pactos de la Moncloa, pasando por la LODE que supuso
la multiplicación de escuelas e institutos por todo el territorio,
las primeras AMPAS (APA’s se decía entonces), la transformación
de las escuelas en centros de integración (fue un primer paso que se
dio con no pocas resistencias y un concepto que ahora ya hemos
superado a favor de la inclusión); más tarde, la generalización de
la educación a partir de los 3 años, la extensión obligatoria
hasta los 16, los procesos de formación en los que maestros y
maestras nos hemos volcado para estar a la altura de lo que la
sociedad nos demandaba, la incorporación de las TIC en la escuela
que tantas posibilidades nos ofrecen, la constatación de la buena
preparación con la que acuden las nuevas generaciones de docentes
que se van incorporando en estos últimos años … Pero también he
vivido con estupefacción y rabia cómo el gobierno del PP, con la
nefasta política del Sr. Wert y de su alumna aventajada en Aragón,
la consejera Serrat, se apresuraban a desmantelar y desprestigiar la
escuela pública, potenciando la segregación y el elitismo en los
centros educativos concertados y abordando los procesos educativos
con técnicas mercantilista. Todo esto no consiguió
desanimarme, antes bien lo contrario, autoafirmarme en mi concepción de la escuela
del siglo XXI como institución socializadora necesariamente
enmarcada en la convicción de que la diversidad y la inclusión
deben ser vistas como valores educativos que suman frente a quienes
lo contemplan como una dificultad para “la excelencia”.
Sin
embargo lo que sí que ha conseguido debilitar mi ánimo procede del
seno de la propia escuela y no es ni más ni menos que este afán
desbocado por los cambios horarios en la jornada escolar. Hace unos
días estuve con los maestros de un colegio de la provincia de
Zaragoza. Era una tarde de febrero de frío y cierzo. Antes de la
reunión, a eso de las tres de la tarde, estuve paseando por las
calles de la localidad, desiertas y en silencio total, incluido el
patio del colegio que presentaba una imagen desolada, sin la
algarabía propia de sus naturales ocupantes, ni siquiera murmullos o
cantinelas infantiles que se filtraran desde el interior a través de
los muros. Ayer mismo también estuve hablando con el equipo
directivo de un centro escolar de Zaragoza que ha implantado la
jornada continua y me contaban las bondades del cambio. Me explicaban
que el alumnado tiene posibilidad de realizar un refuerzo educativo
por las tardes (¡un día por semana!), también una directora de
otro colegio me confirmaba que la población escolar que accede a ese
tipo de refuerzos es de un 10% aproximadamente de la matrícula. Estas actuaciones con estos datos son las que sirven para decir que "los centros mantienen los horarios y actividades" de la jornada partida y todo ello sin contar que se realizan a costa de reducir los apoyos en atención a la diversidad que se venían haciendo en las sesiones de mañana anteriores. A todo ello hay que añadir que, a mi
pregunta al respecto, me confirman que la asistencia a esas clases es
una orientación que se da en el centro pero no obligatoria, de tal
manera que aquellos alumnos que, aún necesitándolo, no tienen
interés en acudir a este refuerzo y cuya familia (por las razones
que sean) tampoco se preocupa, no van y dejan plaza para otro. Así
de simple. Esto dispara en mí todas las alarmas, estamos hablando de
niños y niñas de Primaria a los que la escuela de hoy deja al albur
de la cuna en la que les ha tocado nacer (suena quasi medieval); me
da igual si son muchos o pocos, con sólo uno me parecería un fracaso
total a la vez que un síntoma de lo mal
planteado que está este programa llamado eufemísticamente de
Tiempos Escolares. Al expresar estas objeciones y otras que se me
ocurren, la respuesta es siempre la misma, que nadie mira más allá
cuando va a votar el cambio horario, que cada uno y cada una
(profesor, padre, madre …) piensa en “su” conveniencia familiar
y personal.
Estoy
jubilada pero no inhabilitada para seguir opinando y preocupándome
por lo que considero un abandono de la función primordial de la escuela. Detrás de esta foto de centros vacíos
y silenciosos cuando antes estaban rebosantes de vida y actividad,
están muchos niños y niñas encerrados en sus casas, sin interacción con sus iguales sino es a través de dispositivos electrónicos en la mayoría de los casos, cada uno a
expensas del interés, las posibilidades y la cultura de sus
familias. No deja de ser una enorme contradicción que, siendo tan numerosas las voces que se alzan
para destacar que la escuela debe abordar la prevención de muchos de los males de la sociedad, en lugar de hacer hueco en la jornada escolar para introducir medidas educativas al efecto, se apele a
una supuesta conciliación familiar, para condensar el tiempo de permanencia y justificar la concentración
de las actividades lectivas, desdeñando los espacios y tiempos para esa necesaria convivencia y aprendizaje social.
Cuando los adultos evocamos los
años de escuela, al margen de algún maestro o maestra al que
recordamos con especial cariño, lo que nos viene al pensamiento son
las amigos y amigas, los tiempos de juego, de escarceos ... y los pequeños o grandes conflictos en los que nos vimos envueltos y
cómo aprendimos a superarlos. Y, por eso mismo, considero que no se
valora suficientemente la importancia de que en la escuela niños y
niñas dispongan de esos espacios y tiempos para el aprendizaje de la
convivencia en una rica mezcla social que, con la supervisión del docente, les
proporcione herramientas para enfrentarse a situaciones que
pueden ser muy diferentes de las que tienen en su entorno familiar y
social. Porque tampoco se puede obviar que las lacras de la sociedad
actual, la violencia, el machismo, las adicciones tecnológicas y de cualquier otra índole, los fanatismos religiosos, las ideologías neofascistas, el acoso en las redes, el desamparo de ciertos sectores de la infancia … no tienen su caldo de cultivo en el entorno
escolar sino que es precisamente en él donde la sociedad debe echar el
resto para la educación en valores positivos y la protección de
toda la infancia. Y no se trata de un asunto minoritario como algunos puedan pensar, un informe de UNICEF Aragón de febrero de este año
denunciaba que un 25% de la infancia de la Comunidad Aragonesa está en
situación de vulnerabilidad, y la inmensa mayoría de ella está en
la escuela pública.
Ya
sé que muchos maestros y maestras dirán aquello de que la “escuela
no es una guardería". Coincido plenamente, la escuela es el mejor
espacio educativo y protegido en el que las familias confían lo
que más quieren, sus hijos e hijas. La Administración educativa
(en coordinación con Ayuntamientos y otras instituciones) debería
tender a la mayor apertura posible de los centros y si lo que quiere
(y queremos) es mejorar las condiciones y los horarios laborales del
profesorado, la solución es muy sencilla: contratar más personal docente, potenciando la calidad y la generalización de
actividades extraescolares que complementen las áreas lectivas,
haciendo que éstas sean obligatorias y gratuitas y no se conviertan en un nuevo factor de desigualdad, según los papás puedan o no pagarlas. Sin embargo se
está optando por la vía fácil y barata de relegar la decisión a
personas que, como no me cansaré de repetir, se mueven por
intereses propios y legítimos pero no pensando en la generalidad. A
corto plazo, salen perdiendo siempre los mismos, los más débiles
pero, a la larga, va a ser la escuela pública y la sociedad la que
lo lamentará. Espero equivocarme.
Muchas gracias por tus serias reflexiones sobre jornada escolar. He hablado con varios maestros jubilados y alguno en activo que las compartían ... Me gusta tu blog, leeré Americanah seguro
ResponderEliminarMe ha gustado mucho leerte, creo que aún estando jubilada ves mas que los profesores activos
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