Es imposible pasear por
la obra de Claudel sin quedar tocada, su habilidad para explorar en
el alma humana es tan delicada como cruda, capaz de introducirse en
los territorios más abyectos, crueles o dolorosos. Pero este libro
es especialmente angustioso, tanto en la forma como en el fondo. Las
metáforas que se suceden sobre el devenir vital son en muchos
momentos tan insoportables que una tiene que dejar la lectura para no
caer literalmente en depresión. Y esto no sucede porque se
describan, como ocurre en otros relatos, escenas o episodios
históricos de brutalidad o violencia extremas y totalmente
verosímiles sino que es, precisamente, la carencia de contexto en
este caso, la nula referencia temporal, geográfica, histórica o
personal lo que acentúa el desasosiego. Esto ha sido siempre así
nos dice el bueno de Claudel, da igual dónde, cuándo, quién, por
qué … ni tan siquiera importan los nombres, lo único que se
describe de cada uno de los personajes es la función que tiene
encomendada. Es esta desnudez, este despojo de cualquier adorno que
distraiga nuestros sentidos, la ausencia de cualquier atisbo de
ternura, de compasión o, al menos, un gesto dubitativo o un amago de
rebeldía en los actores de esta representación lo que nos pone ante
el espejo la auténtica verdad o, como diría mi madre con esa gran
intuición e inteligencia natural que le acompañaba, la gran mentira
de la vida. Una lectura estremecedora y difícil que recomiendo
abordar con el ánimo alto. Si alguien piensa que exagero, allá van
unas cuantas perlas:
“Nuestro mundo es un
coloso con pies de barro. El problema es que pocas personas como
usted, quiero decir los pequeños, los explotados, los muertos de
hambre, los débiles, los esclavos contemporáneos se dan cuenta de
eso. La época de echarse a la calle y cortarle la cabeza al rey ya
ha pasado. Hace mucho tiempo que no hay reyes. Hoy los monarcas no
tienen ni cabeza ni rostro. Son mecanismos financieros complejos,
algoritmos, proyecciones, especulaciones sobre riesgos y pérdidas,
ecuaciones de quinto grado … Sus tronos no son materiales:
pantallas, redes de fibra óptica, circuitos impresos ...” p.
119
“Ver morir a un
hombre es muy desagradable. Casi insoportable. Ver u oír morir a
millones diluye el horror y la compasión... La emoción está reñida
con la cantidad” p. 225
“...comprender por
qué unos seres humanos habían optado por quitarse la vida, es
decir, por qué en un determinado momento de su existencia habían
decidido negarse a seguir en el juego de la Humanidad, en vez de
esperar la degeneración irreversible de su organismo, la ruptura del
aneurisma, la proliferación de la metástasis, la obstrucción por
acumulación de las grasas de alguna arteria principal, el accidente
de carretera o doméstico ...” ( la macabra enumeración no
acaba aquí, continúa en la misma p. 230).
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