domingo, 2 de diciembre de 2018

Campo de Gurs, dolor y honor




Si estremecedora resultó la visita a los lugares de Memoria en Zaragoza realizada con la UPZ en el mes de junio pasado, no menos estremecedor ha sido conocer el Campo de "Refugiados" de Gurs, próximo a la ciudad de Oloron-Sainte-Marie, en lo que hoy es la Región de Occitania. El pasado viernes 23 de noviembre la Universidad Popular organizó la visita a este lugar por donde llegaron a pasar y sufrir un trato inhumano 60.559 personas, entre hombres, mujeres y niños. Gurs fue un campo muy grande, ocupaba 80 hectáreas y llegó a albergar hasta 18.000 personas recluidas al mismo tiempo, cifra que lo convertía en la tercera localidad más poblada de los Bajos Pirineos, solo por detrás de Pau y Bayonne. El 4 de abril de 1939, el alcalde M. Mendiondou recibió en la estación de tren a los primeros refugiados y les estrechó la mano. En la primera semana llegaron más de 4.000 vascos, todos hombres jóvenes, todos soldados, militantes del PNV, del PSOE, del PC, de Izquierda Republicana: perdedores de la guerra. Los enviaron al pueblo de Gurs, donde habían despejado un inmenso campo cenagoso, habían construido 328 barracones y habían rodeado todo con alambradas y garitas de vigilancia. Su construcción se realizó en un tiempo récord de veinte días, y con materiales de batalla pues se trataba de “un alojamiento provisional”. A finales de la primavera de 1939, Gurs ya albergaba a 18.000 personas: además de los vascos, había republicanos de diversas partes de España y brigadistas internacionales. Al principio eran todos hombres pero después llegarían  también mujeres y niños españoles. Con el estallido de la II Guerra Mundial y la ocupación nazi de Francia, el régimen colaboracionista de Vichy encerró también en el campo a los franceses “indeseables” y, después, los alemanes desplazarían al campo a 26641 judíos, para posteriormente volverlos a deportar a los campos de exterminio de Auschwitz y Mauthaussen.

Iniciamos la visita recorriendo l’Allée des Internées, un apacible paseo de prácticamente dos kilómetros que atraviesa de lado a lado un bosque que lucía todo el esplendor del otoño pero, ante la columnata de memoriales del inicio del paseo, Emilio Vallés, nuestro guía, ya nos había recordado el infierno en el que se adentraban los internados cuando hacían el mismo recorrido que nosotros estábamos realizando. Para empezar, hay que saber que el bosque no es natural: lo plantaron en 1950 para ocultar la vergüenza. En el año 1939 era un terreno arcilloso que se convirtió en una ciénaga de barro por las abundantes lluvias, el barro lo inundaba todo, también los barracones donde se instalaban los internados (resulta difícil utilizar la palabra refugiados en una construcción que no cumple las mínimas condiciones de refugio). Los tejados, de cartón alquitranado, no podían contener el agua de lluvia y esta se colaba en los habitáculos, un metro escaso para dormir (en el suelo) y dejar las pertenencias.
Espacio para "vivir"



Todos los barracones originales se derribaron con el mismo ánimo de la plantación de los árboles, borrar todo rastro de este lugar del que el Estado francés se avergonzaba. El único barracón existente es una reproducción levantada por la Amicale deCamps de Gurs, asociación que junto con la de Terres de Memoire et Lutte, son quienes se han esforzado en mantener viva la Memoria de este lugar.





La pequeña cabaña que sirvió de consultorio médico es prácticamente la única edificación original. La  enfermera suiza Elsbeth Kasser se ofreció voluntaria, para asistir a los internados cuando tuvo conocimiento de la existencia de este campo. Su labor sería siempre recordada por los refugiados, basta comprobar la colección de lápidas en la entrada que, en varios idiomas, muestran el agradecimiento a L’ange de Gurs.






El cementerio es otro lugar para la constatación de la ignominia. La disposición alineada del más de un millar de tumbas, la coincidencia en las fechas de fallecimiento de personas de orígenes tan diversos y lejanos, dan pistas de los horrores vividos. Muchos de quienes allí yacen fallecieron a causa del hambre, el hacinamiento y las enfermedades infecciosas. Entre ellas, unos 30 republicanos españoles. De algunas lápidas cuelgan pequeñas tiras con los colores de la bandera republicana, señalan el lugar donde hay un español o, si los nombres suenan a otro idioma, seguramente se tratará de un brigadista que vino a luchar contra el fascismo y terminó allí sus días.  A la derecha, encontramos un monolito en su recuerdo. En el recinto hay otro monumento dedicado también a los judíos que allí descansan. Lo más sorprendente y revelador de cómo se tratan estos temas en los países verdaderamente democráticos es que este cementerio tan bien cuidado, lo está a costa del Estado alemán. Nos contó nuestro guía que, cuando el cónsul de este país en la zona visitó el lugar en los años sesenta del siglo pasado, y comprobó el estado de abandono y olvido en el que se encontraba, realizó las gestiones necesarias en Berlín para que se cuidara de mantener en buen estado el recinto. Y así hasta hoy, lecciones de cómo se repara la memoria histórica que están pendientes de aprenderse en España.



Después de esta emocionante visita, reparamos el cuerpo y el ánimo con una exquisita comida francesa que, con amabilidad y paciencia, nos sirvieron en horario español en Chez Germaine, un encantador restaurante de la localidad de Geüs d’Oloron. Era muy necesaria esta pausa  porque por la tarde nos esperaba otra sesión plena de emociones. Como nos recordó Raymond Villalba, otro de nuestros maravillosos guías, es necesario remarcar que el Sur de Francia no fue liberada por las tropas aliadas, quienes lo hicieron fueron los guerrilleros de la Resistencia y con ellos, numerosos republicanos.  Entre estos se contaban los padres de otra de nuestras acompañantes, Carmen Flachat, hija de una aragonesa y un extremeño que emigraron a Francia en busca de trabajo en la década de los años 30. Ella fue quien nos guió en nuestro recorrido por  Buziet, una pequeña localidad    en la que el 17 de julio de 1944 sucedió un trágico episodio que costó la vida a varios guerrilleros españoles, que cayeron en una emboscada cuando se encontraban reunidos en la “maison jaune”, una casa del pueblo donde su propietaria les daba infraestructura y cobertura para sus misiones guerrilleras. La jornada es inolvidable para todos los vecinos y en el cementerio anexo a la iglesia se encuentran numerosos recuerdos a los héroes de aquella jornada. Carmen conserva con gran devoción un ejemplar La lucha del Guerrillero (boletín oficial de la UNE, Unión Nacional Española), del 1 de octubre de ese mismo año en el que se relatan los hechos.






La parada final fue ante el monumento escultórico que se levantó en el lugar en 1999. Se trata de una escultura de Luis Guerra (escultor descendiente también de republicanos españoles exiliados), está realizada en acero inoxidable, porque el autor consideró que era el material más resistente al paso del tiempo, simbolizando su voluntad de que el recuerdo permanezca permanentemente. La parte más gruesa, el cubo, representa a Francia, la parte de atrás, en vertical, representa a España (los guerrilleros españoles), se incluye una silueta triangular (le Pic du Midi) y una luna que encierra un doble significado: por un lado, la noche, porque la mayor parte de las acciones guerrilleras se realizaban en la nocturnidad; y, por otro, la Luna como un lugar desde donde no se aprecian las fronteras.  El escultor ha grabado cuatro nombres de fuerte sonoridad española, Paco, Diego, Angel y Carmen, que para él representan los ecos de su infancia de hijo de republicanos. Al dorso se ha grabado igualmente la fecha y la hora de la tragedia, así como la referencia al valor y heroísmo de los republicanos españoles de la Xª Brigada que combatió con la Resistencia francesa. La obra se completa con unos versos de las coplas de Juan Panadero de Rafael Alberti

“Esperanza del que espera,
Fe del que sufre destierro,
                                                                          Luchando en tierra extranjera”



Pero si la visita es necesaria para conocer nuestra historia y rendir el homenaje merecido a aquellos hombres y mujeres que sufrieron y entregaron su vida a la lucha contra el fascismo, primero en España y después en la Francia ocupada, es inenarrable la emoción de hacerlo en la compañía de Emilio, Raymond y Carmen, hijos de aquellos héroes y que viven el recuerdo y la ilusión con la misma intensidad que les transmitieron en aquellos difíciles tiempos de su infancia. A ellos todo nuestro agradecimiento, es encomiable su trabajo de recuperación de la Memoria Histórica y el esfuerzo por divulgarla entre las generaciones más jóvenes. Además están especialmente esperanzados en que este trabajo voluntario y apasionado se complemente con las aportaciones que el Estado francés les ha prometido recientemente.



Una última reflexión que nos inspira la visita es la alegría de comprobar que, aunque haya costado muchos años, cada vez más el reconocimiento a la lucha y entrega de los republicanos españoles es visible en Francia, incluso el Estado español ha participado en alguno de ellos. Emilio nos llamaba la atención sobre el hecho de que la columna destinada al memorial de los republicanos internados en Gurs, lleve el reconocimiento del “Reino” de España, para él era muy significativo que aparezca ese término. Sin embargo, todo ello se confunde con la profunda tristeza de constatar que este tipo de homenajes sean tan difíciles y escasos en España.


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