Un libro en prosa que es poesía
pura. Un relato delicioso y doloroso el de esta madre de leche y miel
cocinada con el sudor y las lágrimas vertidas en la construcción de una vida
propia, muy a pesar de su destino y de su propio deseo, este último domesticado
desde el minuto uno de su llegada al mundo. Como lo fue el de todas las mujeres
de su familia y de su entorno, entendido no sólo como un lugar físico sino como
un espacio cultural y de tradición. Mujeres que no son dueñas de nada, mucho
menos de su propio cuerpo, preservado para una función que ni siquiera se les
da a conocer, todo es misterio, tabú, secreto…
“Una mujer podía tener todas las cualidades
del mundo, pero si estaba estropeada para nada (…) Habría querido que alguien
le explicara exactamente cómo se hacía eso de estropear a una mujer, pero no,
todavía tendría que vivir muchos años con aquella desazón, un miedo que no
podía compartir con nadie y que se iría haciendo cada vez más profundo” Y más adelante…“Para Fatima aquella sangre era la prueba
inequívoca de que sí, de que la habían estropeado y que como mujer ya no servía
absolutamente para nada”
Mujeres nacidas para ser
extranjeras. Primero, en la casa del padre, de la que saben que nunca será la
suya a pesar de que trabajen como verdaderas bestias en ella desde que tienen
suficiente fuerza para amasar el pan, acarrear la leña, cavar el huerto… y a quienes se prepara desde la propia
infancia para “darlas”; después, en la
casa del marido, sujetas a las normas y prejuicios de su “nueva familia”; que
la tendrá en consideración, tanto en cuanto trabaje y engendre hijos para que se
cumpla lo que ya “está escrito”, sin poder participar ni decidir al respecto de
su formación, sin acabar de formar parte de su segunda familia.
“En cada visita, Fatima se
preguntaba si nunca más podría peinar a su prima, y no tardó mucho en darse cuenta
de que, a pesar de venir de vez en cuando, a pesar de que la nueva familia
de ella era bastante generosa como para dejarle visitar la casa de su padre,
el día a día compartido ya no lo vivirían nunca más como antes. Y entonces se
dedicaba a observar el suyo, su día a día, y a pensar en todas las cosas que
ahora hacía y ya no podría hacer más después de la boda. (…) Toda aquella
añoranza anticipada, el proceso de irse desprendiendo de todo lo que le era
propio, de desarraigarse lentamente, duró los dos años previos a la consumación
del matrimonio, desde que Fatima fue entregada hasta que se produjo su
expulsión definitiva de la casa de su padre. Es lo que habían pactado las
dos familias, reservar a la chica con la ceremonia de compromiso, pero esperar un
par de años a que madurase algo más (tenía catorce años lunares)”
En el caso de Fatima, su
condición de extranjería se agranda de manera inimaginable con la emigración,
en circunstancias de completo desamparo y abandono del marido que hace dejación
total de sus obligaciones …
“Ay, hermanas mías, no queráis
nunca la suerte de los emigrantes; por muchos milagros y maravillas que os
cuenten, yo os lo digo de primera mano, no es ni por asomo una vida para
envidiar”.
Y en ese ambiente totalmente extraño
y hostil, una mujer criada para la sumisión y la dependencia total, decide
hacerse fuerte de la única manera que ella entiende, renegando de lo que le han
enseñado que es su condición femenina para “hacerse un hombre”.
“Quién sabe de dónde nos viene
a las mujeres esta fuerza que se manifiesta de repente, esta capacidad que
tenemos de sobreponernos a las dificultades (…) Pero aquella tarde, apoyada en
aquel trozo de pared abombada junto a la estufa fría, hermanas, creedme, allí,
con las manos puestas sobre el vientre, cogida al cinturón de cuerda, allí
mismo dejé de ser mujer. Me hice hombre de repente (…) Me vinieron las palabras
que repetía tan a menudo nuestra madre: ponte derecha, sobre tus pies. Camina
sobre tus pies que por algo tienes un buen par”.
Pero por mucho que lo intente, por
mucha fuerza que desarrolle, se dará de bruces una y otra vez con la realidad,
no es un hombre y, a pesar de sus esfuerzos, sigue siendo vulnerable y
sintiendo en sus carnes la desigualdad y la injusticia…
“Además, ya os lo he dicho, en
aquellos tiempos me convertí en hombre, me olvidé completamente de las
precauciones porque los hombres no han de protegerse de nada. Somos nosotras
las que hemos de esforzarnos para no provocar sus instintos. Tan tonta fui que
pensé de verdad que era uno de ellos, pero ni ganando un sueldo os tratarán
como a iguales, hermanas, eso no pasará nunca”
Tendrán que pasar muchos años y
tendrá todavía que vivir su experiencia más traumática para llegar a una
conclusión determinante: es la educación el instrumento necesario para que la
mujer pueda ser dueña de su destino y vivir en libertad…
“Ya empezaba a pensar,
hermanas, que nuestra desdicha de mujeres tenía mucho que ver con nuestra falta
de educación, que si yo hubiera sabido leer mis circunstancias quizá habrían
sido muy diferentes” “Hermanas, las mujeres como nosotras, sin
conocimiento de letras, sin saber el idioma de quienes nos gobiernan, vamos por
el mundo como si no diera el sol, a oscuras, inseguras, dando pasos
vacilantes.”
Maternidad, sororidad, educación,
analfabetismo, arraigo, desarraigo, traición, fidelidad, libertad, sumisión, igualdad,
injusticia, abuso, machismo, emigración… todos estos aspectos juntos en un relato
de amor, superación y revelación, envuelto en palabras bellas y dulces como la
miel acompañadas por los ecos de una lengua antigua y musical, la misma con que
las madres de un rincón del norte de Africa han transmitido de forma oral el
amor y la tradición ancestral a todas las generaciones.