Cuando una ha dedicado toda su
vida profesional a la escuela y cada Año Nuevo comenzaba en septiembre con el
inicio del curso, la jubilación se presenta como un abismo,
pareciera que no va a saber qué hacer con tanto tiempo por delante sin la
presencia constante del mundo escolar en su vida. Después de casi tres años de
haber atravesado el umbral, puedo decir que ni una cosa ni otra. Hay muchas
tareas a las que dedicar nuestro tiempo de jubilados, la vida no se acaba al
cerrar la puerta de la escuela pero tampoco la dejamos del todo, la mirada
siempre se nos va a los asuntos de la educación, aunque sea un poco de reojo. Y
uno de los temas que se repite
ineludiblemente cada año por estas fechas (desde hace cinco en Aragón) es el debate de
la jornada escolar. Y digo mal, porque no hay tal debate. No interesa. Como
mucho hay una confrontación (eso, sí) de intereses personales y/o profesionales que la Administración (no
me cansaré de repetir), haciendo dejación de su
responsabilidad social, ha potenciado con los sucesivos decretos al efecto.
Una
prueba evidente de que no hay debate la viví en primera persona hace un año,
cuando participé en una de los pocos colegios que, a pesar del hastío del tema
y de los riesgos de deterioro de la convivencia en la comunidad escolar, se
planteó realizarlo. Desde el principio se
descartó una mesa en la que se pudieran exponer razonadamente todos los puntos
de vista, lo cual ya dice mucho de cómo se vive el asunto en los centros. Así
pues, el procedimiento elegido fue organizar dos en fechas diferentes,
una formada por representantes de docentes y familias claramente favorables a
la jornada continua y otra, en la que yo misma, expuse una serie de dudas
referidas a la conveniencia de implantar la jornada continua del modo en el que
se está haciendo, esto es, que la jornada lectiva del alumnado sea dependiente de los cambios en la jornada laboral del profesorado. Es igual, la participación en una y otra
de las sesiones fue ridícula. Lo que reafirma la idea inicial de que el debate
y la argumentación racional y sincera no interesa a nadie. En este tema cada
uno (docentes y padres y madres) se mueven por su interés y su situación personal y laboral sin que los
múltiples estudios que alertan sobre los riesgos de la jornada continua como
factor agravante de la desigualdad y otros asuntos de grueso calado, se tengan
en consideración, especialmente, por los políticos y técnicos responsables, que son quienes deberían velar principalmente por la calidad y la función de la escuela como motor de cambio social.La situación roza a
veces el absurdo como ocurrió en el proceso en el que participé. En la mesa a
favor de la jornada continua, a la que asistí para escuchar sus argumentos,
participaba un orientador escolar de mucho prestigio (también jubilado) y un miembro de un sindicato de profesores/as, además de las representantes de las familias. Los docentes no se
apoyaron en ningún estudio científico para afirmar categóricamente que “la jornada continua favorece el aprendizaje del alumnado”; es más,
sorprendentemente sólo presentaron una investigación del profesor de la
Universidad Complutense, Mariano Fernández Enguita, en la que se apunta todo lo
contrario para, a continuación, afirmar sin sonrojarse que sí, que bien, pero
que “las fuentes no eran fiables”. No había salido de mi asombro cuando para
apoyar sus palabras colocaron la imagen que acompaña este escrito, en defensa
de la jornada continua. No pude evitar realizar la fotografía, toda una muestra del nivel de los argumentos, sólo falta el papá al
fondo, sentado en el sofá viendo el fútbol. En realidad habría que
agradecer que la imagen es muy explícita, aunque justamente para todo lo
contrario de lo que se pretendía...
Ha pasado un año, estamos en el mismo punto, con algunas escuelas públicas
tripitiendo votaciones hasta que se consiga el objetivo de jornada única y yo
todavía sigo ojiplática ante el nivel del no-debate social.
P.D. El pasado primero de febrero eldiario.es
publicaba un artículo firmado por Daniel Sánchez Caballero que alertaba sobre la
creciente mercantilización de la
educación, las razones son complejas y abarcaban diversos aspectos pero hay un
párrafo en el que me parece apreciar una correlación entre la reducción del
tiempo escolar y los negocios educativos paralelos o complementarios a la
escuela : "Se pueden aconsejar numerosas medidas que no crean ninguna
dificultad política (…). Si se les disminuyen los gastos de funcionamiento a
las escuelas y universidades, hay que procurar que no se disminuya la cantidad
de servicio, aún a riesgo de que la calidad baje (…). Sería peligroso
restringir el número de alumnos matriculados. Las familias reaccionarán
violentamente si no se matricula a sus hijos, pero no lo harán frente a una
bajada gradual de la calidad de la enseñanza y la escuela puede progresiva y puntualmente
obtener una contribución económica de las familias o suprimir alguna actividad.
Esto se hace primero en una escuela, luego en otra, pero no en la de al lado,
de manera que se evita el descontento generalizado de la población",
escribió Christian Morrison.
A buen entendedor,…
P.C.