Siguiendo con El nervio…, en sus páginas desfilan los ciervos de
Dreux; las batallas de Cándido López; las ruinas de Hubert Robert; los gatos de
Fujita; La Mer orageuse y la
pasión de Coubert; los caballos y la fealdad de Toulouse-Lautrec; las
explosiones de colores en fusión de Rothko; el lujo excéntrico de la pianista
Misia Godebska, mujer de Sert; las selvas y, sobre todo, La guerra de
Henri Rousseau “le Douanier”; los retratos de Schiavoni y Victorica; …incluso
hay hueco para las estilizadas figuras manieristas de El Greco.
María, conocedora a fondo de todos ellos, les dedica algunas sentencias luminosas:
Monet.“Creo que el arte que depende demasiado del subidón de un
descubrimiento inexorablemente declina cuando se logra dominar por completo”
p. 80
Rothko. En 1959 le confesó al periodista John Fischer que
su masterplan era “arruinarles el apetito a esos ricos bastardos con
pinturas que los harían sentir que no había escapatoria… Rothko había concebido
los murales del restaurante Four Seasons en el edificio Seagram de N.Y. como
una forma de exponer los trapos sucios de la sociedad norteamericana” p. 95
Henri Rousseau. “El mismo Picasso…
cuando tuvo que pintar su Guernica, se encerró en su taller a estudiar en
secreto La guerra de Rousseau” p. 116
El Greco: “Como se había ido de ahí (Italia) en pleno auge del
manierismo, vivió el resto de su vida pensando que ese era el estilo que aún
regía” p 140
“Esa noche cuando me metí en la cama llamé a
Fabiolo y le pregunté en qué clase de vieja pensaba que me iba a convertir. Le
expuse las posibilidades: podía ser de las que cortan los hilos con la
realidad, como la vecina que saca a pasear el lampazo como si fuera un caniche;
o de las que se apagan tan despacio que un día mirás y solo queda el colchón hundido; o de esas odiosas a quienes
ni los gatos se les acercan; o de las bendecidas por la genética, que llegan
intactas a los noventa y se fastidian cuando olvidan alguna palabra tonta como
bastón o salero (…) a los quince proclamaba que quería morir joven, la idea me
parecía romántica y literaria, y llegar a vieja, anticlimático. Era una
adolescente cínica a la que le gustaba decir que la vida no era más que una
buena excusa para escribir cuentos. Desde entonces he cambiado de idea. Ahora
que he visto lo que fui, quiero ver lo que seré” pp. 134-135
Las reglas de la etiqueta (consejos de madre): “Frente a los demás uno
debe mostrarse en control. Mirá cómo se deslizan esos patos por el agua, tan
serenos y elegantes, mientras por debajo patalean como condenados” p. 131
Y consejos de su hermano mayor:“No entendés nada, nena. Limitate a interpretar cuadros porque
para leer a las personas sos de madera” p.151