jueves, 21 de enero de 2021

El nervio óptico es poderoso

 


Sólo por lo se que cuenta  de  La guerra de Henri Rousseau ya vale la pena este libro, pero hay mucho más. La autora, escritora y crítica de arte, va engarzando relatos en los que se intercalan sus propias vivencias con pinturas y autores, desvelando aspectos de la obra y circunstancias vitales de la una y de los otros. El resultado es una sucesión de capítulos, ligados entre sí a la vez que independientes, de lectura deliciosa desde todos los puntos de vista, literario, artístico, emocional… La amistad, las relaciones madre-hija, las de los hermanos, la pasión, la deformidad, la guerra, la niñez, la vejez, las modas, el lujo, la decadencia, la enfermedad… hasta los fenómenos paranormales se presentan en asuntos que van de lo más íntimo y autobiográfico a lo universal y atemporal. Consigue conformar uno de esos increíbles libros aparentemente ligeros en forma, tamaño y fondo pero tan profundos y densos en contenido.


La lectura me ha sacado de casa en más de una ocasión para ir a conocer a in situ algunas de los artistas y los museos que se alcanzaban desde esas ventanas de papel.   Tampoco mucho porque en eso de los viajes me pasa como a María Gainza, “me digo que la imaginación sigue siendo mi aliada y que con lo que tengo a mano mi mente se entretiene de lo lindo”. Precisamente en estos días en los que hemos vivido una nevada excepcional, yo también me he acordado de un cuadro, descubierto en uno de esos viajes a propósito de un libro. Es El retrato de una  joven de Nancy ante un paisaje nevado, de  Emile Friant, con el que me topé en la visita al Musée de Beaux Arts de la misma ciudad, una imagen de gran belleza que, no obstante, transmite una carga insoportable de melancolía y tristeza, que se me antoja el efecto del peso de las convenciones sociales, la ausencia de inquietudes vitales propias, la condena que le impone su género y su clase a la joven modelo. Esa mirada que no mira me hiela el alma mucho más que el paisaje nevado del fondo.

Siguiendo con El nervio…, en sus páginas desfilan los ciervos de Dreux; las batallas de Cándido López; las ruinas de Hubert Robert; los gatos de Fujita;  La Mer orageuse y la pasión de Coubert; los caballos y la fealdad de Toulouse-Lautrec; las explosiones de colores en fusión de Rothko; el lujo excéntrico de la pianista Misia Godebska, mujer de Sert; las selvas y, sobre todo, La guerra de Henri Rousseau “le Douanier”; los retratos de Schiavoni y Victorica; …incluso hay hueco para las estilizadas figuras manieristas de El Greco.

María, conocedora a fondo de todos ellos, les dedica algunas sentencias luminosas:

 Coubert. “escupió la idea de la pureza porque lo que le interesaba era crear cuadros que sobresaturaran los sentidos” p.67

Monet.“Creo que el arte que depende demasiado del subidón de un descubrimiento inexorablemente declina cuando se logra dominar por completo” p. 80

Rothko. En 1959 le confesó al periodista John Fischer que su masterplan era “arruinarles el apetito a esos ricos bastardos con pinturas que los harían sentir que no había escapatoria… Rothko había concebido los murales del restaurante Four Seasons en el edificio Seagram de N.Y. como una forma de exponer los trapos sucios de la sociedad norteamericana” p. 95

Henri Rousseau.  “El mismo Picasso… cuando tuvo que pintar su Guernica, se encerró en su taller a estudiar en secreto La guerra de Rousseau” p. 116

El Greco: “Como se había ido de ahí (Italia) en pleno auge del manierismo, vivió el resto de su vida pensando que ese era el estilo que aún regía” p 140

  Pero también el libro está trufado de referencias personales a tener muy en cuenta. Algunos ejemplos: 

“Esa noche cuando me metí en la cama llamé a Fabiolo y le pregunté en qué clase de vieja pensaba que me iba a convertir. Le expuse las posibilidades: podía ser de las que cortan los hilos con la realidad, como la vecina que saca a pasear el lampazo como si fuera un caniche; o de las que se apagan tan despacio que un día mirás y solo queda el  colchón hundido; o de esas odiosas a quienes ni los gatos se les acercan; o de las bendecidas por la genética, que llegan intactas a los noventa y se fastidian cuando olvidan alguna palabra tonta como bastón o salero (…) a los quince proclamaba que quería morir joven, la idea me parecía romántica y literaria, y llegar a vieja, anticlimático. Era una adolescente cínica a la que le gustaba decir que la vida no era más que una buena excusa para escribir cuentos. Desde entonces he cambiado de idea. Ahora que he visto lo que fui, quiero ver lo que seré” pp. 134-135

Las reglas de la etiqueta (consejos de madre): “Frente a los demás uno debe mostrarse en control. Mirá cómo se deslizan esos patos por el agua, tan serenos y elegantes, mientras por debajo patalean como condenados” p. 131

Y consejos de su hermano mayor:“No entendés nada, nena. Limitate a interpretar cuadros porque para leer a las personas sos de madera” p.151

 Y una última cita, casi al final, que me viene como un traje a medida: “el buen  citador evita tener que pensar por sí mismo” p. 151

domingo, 17 de enero de 2021

Popular, populares, populismo...

 



Después del gran éxito de El infinito en un junco, Irene Vallejo se ha convertido en escritora de culto en este país y "parte del extranjero". No es para menos, hace ya tiempo que en su tierra natal, Aragón, conocíamos su capacidad divulgadora del mundo clásico a través de otras publicaciones y de sus columnas semanales en el periódico Heraldo de Aragón. Pero es todavía más deslumbrante su habilidad para hacernos revisar el presente a la luz del pasado. En el libro Alguien habló de nosotros que en 2017 recopilaba algunas de esas columnas hoy mismo he encontrado una dedicada al concepto de POPULISMO que, en la Roma clásica, surgió como una corriente que pretendía mejorar la vida de los más pobres y ha pasado a deteriorarse interesadamente (supongo) en la actualidad, cuando "los métodos demagógicos, y no las ideas, provocan la impopularidad" del término. Curiosamente, lo denostan quienes más ejercen estos métodos y/o incluso presiden partidos que prácticamente lo incorporan en el nombre. Vivir para ver.  (Por supuesto, la asociación de imágenes y otras ideas es interpretación mía, de la cual me hago responsable. Yo no sé en quién ni en qué estaría pensando mi admirada Irene Vallejo cuando escribió estas palabras).

 

POPULISMO. “En los últimos años hemos incorporado la palabra populismo al vocabulario político. En general se utiliza para desacreditar al adversario, acusándole de tácticas manipuladoras: liderazgo carismático, retórica agresiva, política-espectáculo y el señuelo de promesas irrealizables. Su origen remonta al populus de Roma. En la convulsa República surgieron líderes partidarios del pueblo -entre ellos los Gracos o Julio César- que, dando poder a las asambleas y magistraturas de la plebe, pretendían aprobar reformas destinadas a un reparto más justo de la tierra, el alivio de las deudas y las mejores condiciones de vida para los más pobres. Sus violentos contrincantes fueron los optimates, el grupo más conservador de la aristocracia, que quería mantener a la plebe como simple espectadora de la política. Los optimates acusaban al bando popular de forjar una alianza interesada con el pueblo para ascender al poder. El sufragio universal de nuestros días ha dado la razón a quienes luchaban por ampliar la participación política. Sin embargo, la nerviosa democracia actual, con sus líderes y asesores obsesionados por la presencia mediática, los eslóganes y los vaivenes de las encuestas, alimenta esa dimensión oportunista. Los candidatos en campaña se empeñan en decir lo que la gente quiere oír: los métodos demagógicos, y no las ideas, provocan la impopularidad del populismo”

Irene Vallejo. Alguién habló de nosotros. Contraseña editorial. 2017