La cárcel de Porlier, oficialmente Prisión Provincial de Hombres
número 1, fue una prisión que funcionó en Madrid durante la Guerra Civil y la
posguerra. Estaba situada en la calle del General Díaz Porlier, 54 (de ahí su
nombre), en la manzana que forman la ya citada calle, y las de Padilla,
Torrijos (hoy Conde de Peñalver) y Lista (hoy José Ortega y Gasset), ocupando
las instalaciones del colegio Calasancio. El edificio existe hoy en día y sigue
siendo colegio de los escolapios. Había sido incautado por el Gobierno y el Consejo Superior de Protección
de Menores del Ministerio de Justicia lo usó como albergue para niños abandonados, siendo transformado en
prisión en agosto de 1936, tras el golpe contra el Estado republicano. Desde esta cárcel salieron, durante noviembre y
diciembre de 1936 (nótese la fecha, primeros meses de la contienda), diversas sacas de presos cuyos integrantes
fueron asesinados en Paracuellos del
Jarama donde, por cierto, existe un
cementerio en el que se honra con nombres y apellidos a todos los que allí
yacen. Finalizada la contienda, el edificio siguió siendo una cárcel,
ahora albergando presos del bando perdedor, entrar en ella era
garantía de condena a muerte ya que todos los días había fusilamientos.
Permaneció abierta hasta 1944,
cuando fue devuelta a los escolapios, los cuales reanudaron la labor docente.
Tras
la devolución, un grupo de antiguos presos del bando vencedor y alumnos crearon
la Cofradía del Divino Cautivo, como recuerda actualmente una placa en la
fachada de la calle Porlier. Rodeando el edificio se encuentran otras placas y
mosaicos informativos y/o conmemorativos pero ni una pequeña alusión a los
miles de presos que albergaron esas mismas paredes en condiciones de
hacinamiento y miseria inimaginables y de las que da cuenta Almudena Grandes en
Las tres bodas de Manolita.
Justo enfrente hay otro edificio
de ladrillo, residencia de ancianos de la Fundación Fausta Elorz, que también
sirvió como prisión (en los años de posguerra llegó a haber una veintena en Madrid capital). Era la cárcel de
Torrijos que también se llamaba así por la calle en la que
se ubica que posteriormente fue renombrada como Conde de Peñalver. Carece igualmente de cualquier
elemento referente a la triste historia vivida tras sus paredes de oscuro ladrillo,
salvo una leyenda que cuenta que Miguel Hernández escribió allí sus Nanas de la cebolla, aunque el paseante que desconozca la
Historia puede llegar a pensar que hubo alguna vez un poeta que residió plácidamente
en aquel caserón donde escribió una poesía en la que frivolizaba con las cosas
del comer, pues la inscripción obvia totalmente las circunstancias en las que aquello
ocurrió.
Por cierto, no deja de inquietarme
haber encontrado varios casos en las que instituciones penitenciarias y
escolares han compartido a lo largo de los años y los siglos, un mismo edificio.
Pero ése es otro tema …
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