(En julio de 2012) La veo desde la ventana de la residencia de ancianos.
Hace un mes que vengo por aquí y paso
largos ratos acompañando a mi padre que se está restableciendo de un ingreso
hospitalario, una convalecencia que va teniendo la pinta de prolongarse
indefinidamente. Por las tardes el calor aprieta en este verano zaragozano seco
y árido pero las mañanas hasta ahora han sido agradables y, cada mañana, poco después del desayuno, contemplo cómo se acomoda en una mesa bajo el pequeño porche, saca un cuaderno y escribe. No he hablado nunca con ella pero
quiero imaginar que es una maestra jubilada que va grabando con tinta sobre las líneas
del papel las ilusiones, los recuerdos, las risas y las decepciones de la
chiquillería que crecía a su vera, envejeciéndola. Ahora que ya no la distraen
con sus charlas y no reclaman su atención, tiene tiempo para contarlo.
Quizás algún día me deje leer ese cuaderno primoroso. Quizás algún día yo también tenga tiempo para hacerlo.
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